no es solo un anhelo de lo que es inalcanzable;
es una expresión de lealtad a la tierra,
la tierra que nos sustenta y sostiene,
el único hogar que conoceremos,
el único paraíso que siempre necesitaremos...
El pecado original, es la destrucción ciega,
en pro de la codicia de este paraíso natural,
que se extiende a nuestro alrededor,
ojala fuésemos dignos de él.
Edwar Abbey,
El solitario el desierto
El verano llega a su fin para dar la entrada al otoño, estación de renovación, de reflexión, de calma. Los árboles en breve se vestirán de tonos rojizos, dejando caer sus hojas viejas para iniciar un periodo de pausa tras el que la vida aflorará nuevamente en la próxima primavera. Para nosotros, tras la época estival, nos llega el momento de volver a la rutina, retomar obligaciones, relajarnos y reflexionar, para dar paso al invierno, epoca de recogimiento que extasiará también la próxima primavera.
Hace unos días leí un artículo que ponía de manifiesto la lacra consumista que también se había apoderado de nuestro tiempo de descanso, las vacaciones estivales, en las que se nos arrastra a seguir devorando productos y servicios en pro de la mejora de la economia.
Ciudades patrimonio tomadas por hordas de turistas, comercios locales transformados en franquicias que nada tienen que ver con las tradiciones locales. Turistas adrenalíticos, hambrientos de emociones fuertes, que pretenden vivir en lo rural como si de una gran ciudad se tratase, donde las vacas y sus moñigas molestan porque huelen y atraen a las moscas. Espacios naturales acondicionados con la tecnologia del siglo XXI, para que las personas que acuden al campo no se manchen el equipo de camuflage, adquirido para la ocasión en grandes superficies del extrarradio de las ciudades.
El turismo de naturaleza esta de moda, y no me extraña, el aire de las ciudades se ha vuelto irrespirable, el estres se ha apoderado de nuestro modo de vida, el descanso se ha convertido en un lujo del que solo disfrutan algunas zonas VIP en las ciudades, por lo que escaparse de la "city" en vacaciones, casi que se ha convertido una cuestión de salud pública, para que el cuerpo humano resista un nuevo año más de atascos, prisas, desesperación, largas jornadas de trabajo y conciliación familiar.
El turismo verde o rural se planteó y se ha fomentado, como una solución muy positiva para reducir el despoblamiento y el abandono de las zonas rurales, una estrategia para preservar y conservar los espacios naturales.
Recuerdo aquellos años en los que llegaba el mes de agosto y España casi que se paralizaba, para que los españoles regresáramos al pueblo, ese lugar donde abuelos nos esperaban con los brazos abiertos y las ollas puestas al fuego desde las 8:00 de la mañana, para deleitarnos con un buen guiso cocinado con productos locales, que habían sido transportados en canastos sobre la drupa de la mula o el burro. ¡Que tiempos aquellos! y ¡que tiempos estos que estamos viviendo! o mejor dicho malviviendo.
La sociedad del siglo XXI tiene otros hábitos, que no congenian bien, con la conservación del medio ambiente, del paisaje y del paisanaje. En esta era se considera importante conservar aquello que es rentable económicamente y lo que no, simplemente se abandona. Tras el abandono y la desaparición de los usos tradicionales del campo, aparecen los incendios forestales agravando más la situación de la comarca y haciendo más inviable la vida rural.
El problema es, que en este proceso de rentabilidad, todo vale si da dinero y esta política suele ir en contra de la conservación del propio reclamo turístico, un parque natural, un monumento o los pueblos con encanto, por ejemplo.
Durante este verano he visitado la ciudad de Toronto, en Canadá, donde he conocido un claro ejemplo del todo no vale, aunque sea rentable y accesible, en los espacios naturales.
Las Cataratas del Niágara han sido protagonistas en películas, y no me extraña que la gran pantalla se interesara por este paisaje, espectáculo de la naturaleza en el que litros y litros de agua se precipitan al unísono, produciendo un estruendo al chocar con el lecho rocoso, para seguir su curso camino del océano y formar parte así del ciclo hidrológico.
Las Cataratas del Niágara situadas entre el estado de Nueva York en EEUU y Ontario en Canadá, son las únicas en Norte América. El rio Niágara divide dos naciones EEUU y Canadá y curiosamente así queda patente por los uniformes de los turistas en la visita a sus entrañas, los que acuden al lugar desde el margen Canadiense lucen chubasquero rojo y los del margen Estadounidense chubasquero azul o amarillo.
Mi chubasquero fue rojo y accedí en barco, por el margen estadounidense existe un acceso al corazón de la cascada a través de pasarelas de madera, no puedo opinar e informar de la accesibilidad, ya que la observe desde la distancia y no me atrevo ha juzgar el nivel de accesibilidad.
Desde el acceso canadiense si puedo afirmar la total accesibilidad de las instalaciones, a través de una estructura se llega hasta el muelle para embarcar. La estructura está compuesta de varias rampas, no excesivamente pronunciadas para descender el desnivel del río. El ticket de acceso incluye el chubasquero rojo ya que como descubrí después, el objetivo no es otro que el capitán acerque el barco a la cascada y así te mojas, haciendo las delicias de mayores y pequeños y como no un plano perfecto para tener tu "selfie" y compartir en redes sociales.
Mi experiencia no fue ni agradable ni satisfactoria, creo que todavía sigo enfadada con el mundo, jamás he visitado un espacio natural en el que se hayan cometido tantas barbaridades y no porque el proceso natural en si no sea espectacular, que lo es, sino por la capacidad destructiva del ser humano cuya causa no es otra que el estilo de vida consumista, donde todo vale si es económicamente rentable.
La naturaleza tiene una capacidad de acogida limitada que cuando se supera, puede provocar que los procesos naturales, que hacen que la zona sea especial y deseada por el ser humano, por su belleza y singularidad, se vean afectados de forma negativa degradándose el lugar y por lo tanto el propio reclamo turístico, lo cual es un sinsentido incluso según criterios económicos.
Finalizo esta entrada con una galería de imágenes de lo que fue mi acceso hasta el barco, en el que no escuché a las aves y a duras penas al propio río, espumoso y con demasiado tinte verde, donde los cormoranes no podían estar tranquilos con el ir y venir de los barcos.
Tras una larga cola se accede y se inicia el descenso por un túnel, por el que diariamente circulan miles de personas, tantas como caben en los barcos, que cada 10-20 minutos descargan y cargan nuevos pasajeros. Paseo de hormigón con televisores cada 20 metros para que no pierdas detalle de la liga de beisbol, rugby, etc… y altavoces con la canción del verano. Antes de llegar al muelle sala de photocall para inmortalizar el momento, salida al exterior reparto de chubasquero rojo y acceso al barco, no puedo afirmar cuantas personas entramos, solo se que estaba rodeada de gente. A los 20 minutos aproximadamente estas otra vez en tierra, mojados y felices deseosos de subir a RRSS la selfie para que el universo se entere que has estado allí.
Se regresa por otro itinerario atravesando heladerías y tienda de souvenir, es muy agobiante y para los rodantes especialmente, por el poco espacio para circular, se ha aprovechado hasta el último rincón. Al llegar arriba, si no has comprado nada, tranquilo dispones de una ciudad de consumo a escasos metros repleta de todo tipo de tiendas, restaurantes, heladerías, maquinas y si te sientes muy afortunado, este es tu lugar!, hay tantos casinos que no dispondrás de tiempo suficiente para visitarlos todos, ¡good luck amigos!. Si os parece exagerada mi impresión, tenéis el enlace oficial, juzgar por vosotros mismos:
¡Aviso!, las imágenes pueden herir la sensibilidad de las personas concienciadas con la conservación y preservación de la naturaleza.
Salud y naturaleza y sobretodo cordura, el campo es el campo y para todo lo demás están las ciudades, si no puedes renunciar a sus comodidades, no salgas de ellas, la naturaleza te lo agradecerá.